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Cuando el Incendio Thomas y el flujo de escombros golpearon nuestra comunidad, fue una situación demasiada familiar porque habíamos perdido nuestra casa en el Incendio Tea en 2008. Lo peor fue saber que tantas personas se enfrentaban devastación parecida y sentirme incapaz de ayudarlos. Allí es donde entra el Bucket Brigade.

Cuando me enteré de que un grupo de voluntarios se juntaba para ayudar con la recuperación después del flujo de escombros, no sabía qué exactamente podía ofrecer, pero sabía que tenía que estar allí – estar allí para ayudar a las personas necesitadas, pero también para ayudarme a mí misma. Necesitaba sentirme parte de algo optimista en medio de toda la pérdida y sufrimiento. Necesitaba saber que existían personas alrededor de mí quienes se preocupaban por personas desconocidas cuándo más lo necesitaban. Necesitaba comunidad. Ojalá mi familia hubiera conocido a esas personas cuando nosotros experimentamos parecida pérdida por causa de un desastre natural.

Fue tan terapéutico ser uno de los ayudantes durante esta situación. A veces, lo único que yo podía ofrecerle a un sobreviviente, llevando una expresión tan familiar de shock y derrota, fue una sonrisa y un abrazo. Y sé lo poderoso que puede ser un “yo también” cuando uno se encuentra en esta situación, sintiéndose tan solo.

Aparte del labor físico, el Bucket Brigade ha podido ofrecer otra cosa — manifestar solidaridad con las personas de nuestra comunidad afectadas por el desastre, el poder decirles, “Estamos aquí para ustedes.”

He sido capitana de equipos de voluntarios con el Bucket Brigade formados por directores ejecutivos de grandes compañías, ingenieros, contratistas, amas de casa, estudiantes universitarios, y un hombre sin hogar quien volvió muchas veces para ayudar. Todos aprendimos que los desastres naturales no discriminan. Ser parte de este proceso y juntarnos a pesar de nuestras “diferencias,” como una sola comunidad, ha sido el momento cumbre y el inesperado resquicio de esperanza durante un año que ha sido muy difícil para todos nosotros. Es tan raro ver este tipo de esperanza, y es un regalo poder ser una parte de ello.

Cuando llegamos a nuestra destinación cerca de Olive Mill Road, me sorprendió lo silencioso que estaba en el vecindario. No solamente el silencio me llamó la atención sino también lo vacío que estaban las casas y el panorama. Fue difícil de entender. Caminamos por la calle hacía la casa a la cual habíamos sido asignados. La dueña de la casa salió a saludarnos. Muy a mi sorpresa, me di cuenta de que habíamos asistido a la secundaria juntas. Nos abrazamos y nos reímos porque allí estábamos, reunidas después de 40 años, bajo esas circunstancias.

Le dije que sentía mucho su pérdida. Nos contó de la noche cuando la montaña se bajó en cima de todo y describió que vivieron ella y su mamá. Me sorprendió la manera tranquila que mantuvo mientras nos contó su historia. Me llenaron los ojos de lágrimas mientras hablaba y no podía creer que ella pudiera hablar así de su experiencia sin desmoronarse. Escuchando su historia, me di cuenta de porque estaba allí. Quería ofrecer mi ayuda a alguien necesitada.

El lodo había alcanzado un nivel de cuatro pies alrededor de las paredes. Su pasillo, dormitorio, baño, comedor y cocina estaban totalmente sumidos en lodo macizo. Agarramos nuestras palas y empezamos a trabajar. Ninguno de los voluntarios se conocían, pero trabajamos al unísono, paleando, separando y quitando el lodo. Nadie parecía querer tomar un descanso. Estábamos decididos a terminar nuestra tarea. La dueña circulaba y nos animaba. Su actitud positiva estableció el ambiente durante el día.

Después de almorzar, seguí trabajando, ahora con solamente un otro voluntario, sacando el lodo del baño. Estaba decidida terminar; mi meta fue ver aquel baño libre de lodo. Mi esposo estaba trabajando en el pasillo y él tampoco quería parar hasta terminar. Hay algo que te empuja a seguir trabajando, a ver el resultado final. ¡Nunca había estado tan feliz ver un inodoro en mi vida! No sabíamos donde estaba en todo el lodo, ¡así que fue maravilloso encontrarlo por fin! El final ya casi estuvo a la vista – por lo menos para nosotros. Sin embargo, fue solamente el comienzo para la dueña. Nos fuimos de allí cubiertos de lodo, doloridos y cansados, pero tan agradecidos por el Bucket Brigade, que nos había proporcionado la oportunidad de ayudarle a una vecina necesitada.

Hoy experimenté lo mejor y lo más esperanzador de la naturaleza humana, un consuelo tan necesario en estos días tan difíciles. Fue un honor, aún para este ateo, ayudar a excavar el lodo que había a la altura de la cintura de la Capilla del Corazón Inmaculado de La Casa de María.

Piedras de río enormes, cien millones de años de antigüedad, habían aplastado la pared superior y quedaban amontonadas junto a la pared inferior, la capilla siendo nada más que un breve punto de paso en su trayecto de eones. La ironía de su intemporalidad no se me escapó allí en aquel lugar donde intentamos reafirmar nuestra importancia y inmortalidad.

Pero la capilla sigue allí, y con las manos, el sudor, y los músculos de docenas de voluntarios, puede ser que permanecerá para ofrecer consuelo, paz y esperanza a futuras generaciones.

Mi propio viaje durante los últimos años ha sido una lucha con el efímero. Me mudé de Montecito apenas hace un par de meses, feliz de irme a vivir con mi novia, Colleen, feliz de inclinarme hacia los futuros capítulos en vez de aferrarme a los capítulos anteriores. Sin embargo, las raíces que había sembrado durante los doce años que viví en Montecito todavía están muy arraigadas, y cuando intervino la tragedia, mi corazón no pudo ignorarla o quedar indiferente.

Como John Abraham Powell dijo elocuentemente esta mañana — “Las manos ayudantes sanan a los ayudantes tanto como sanan a los ayudados.” — Estoy agradecido por la oportunidad de haber servido hoy, y por los lideres (a quienes estoy orgulloso llamar mis amigos) del Santa Barbara Bucket Brigade.

La capilla se veía hermosa al final del día.

A mi esposo y a mi, junto con una amiga, nos asignaron a excavar un garaje. La casa había sobrevivido, más o menos, pero el garaje estaba lleno de lodo. Éramos aproximadamente 10 personas trabajando juntas.

Los dueños eran dos hermanas japonesas quienes habían heredado la casa de sus abuelos, y la habían estado rentando. Nos dijeron que tiráramos la mayoría del contenido del garaje, y así los hicimos.

Sin embargo, después de limpiar el garaje, decidimos hacernos cargo de un cuarto pequeño en la parte atrás. El lodo había entrado a la parte inferior del cuarto, y había destruido la mayoría de los muebles. Afortunadamente, encontramos muchas reliquias familiares que habían sido guardadas en los estantes y que habían sobrevivido. Los abuelos habían guardado, en vitrinas de vidrio y caoba, varias muñecas antiguas japonesas vestidas en bellos kimonos de seda. También encontramos álbumes de recortes con fotos multigeneracionales de la familia. Las hermanas estaban emocionadas encontrar esas reliquias de la familia, especialmente las fotos de sus antepasados. Creo que este descubrimiento fue el pequeño resquicio de su historia. Sin el flujo de escombros, podrían haber olvidado de estas reliquias.

Estoy segura de que se escucharán frecuentemente, pero el Bucket Brigade sanó no solamente a las personas que fueron directamente afectadas, sino también a los que necesitaban encontrar una manera concreta de ayudar a los demás. Gracias por sus corazones generosos, su liderazgo y su fortaleza cuando más lo necesitamos.


Estaba esquiando en Europa cuando el flujo de escombros sucedió. Seguí a KEYT en línea y miré las noticias en CNN para entender lo que había pasado. Me sentí desesperado por “hacer algo” sobre el horror que ocurría en mi ciudad, y un sentido profundo de pena y culpabilidad porque yo me encontraba tan lejos cuando tantos amigos y conocidos estaban sufriendo.

Probablemente estoy en la lista de correos electrónicos de Abe debido a previo trabajo medioambiental. Tal vez por eso recibí la noticia que se necesitaba voluntarios inmediatamente después de mi regreso. Me sentí muy agradecido agarrar mis palas y rastrillos y juntarme con los otros voluntarios a trabajar. El lodo todavía estaba muy mojado. Pasamos, mano a mano, cientos de cubos llenos de lodo aguado que sacábamos de una sala enterrada, haciendo montones enormes afuera que luego serían removidos por camiones.

Aquel primer día, la camaradería fue contagiosa. Trabajamos muy duro y reconocimos nuestros músculos doloridos y manos ampolladas con abrazos, risa y muchas palabras de apoyo. Nos recordamos que era importante tomar descansos y cuidarnos en medio de esa escena estremecedora de un desastre natural. Nos sentimos muy felices poder trabajar juntos y hacer algo positivo.

Regresé cada fin de semana por seis semanas. El lodo se endurecía y se hacía cada vez más difícil quitarlo. Empezamos a trabajar en la restauración afuera en vez de adentro de las casas. Pero la actitud de los voluntarios, el shock de entender plenamente la fuerza poderosísima del flujo, y nuestro papel pequeño de hacer algo para las víctimas, esas cosas no cambiaron.

Fue maravilloso hablar con las personas en la comunidad sobre el trabajo. Se apreciaba tanto nuestros esfuerzos, sin importar lo inexperto y sucio que era el trabajo. Sentirme útil, aún a pequeña escala, saberme nada más un engranaje en la máquina, fue tan valioso para mi. Juntos, cado uno trabajando sostenidamente para cumplir con nuestra pequeña parte, logramos muchísimo. Juntos, de verdad les ayudamos mucho a las víctimas, pero aún más importante, en mi opinión, es que nos recordamos a nosotros mismos y a otros el verdadero significado de la comunidad.

¡Gracias, Bucket Brigade!

“Tráeme las especificaciones, y yo te encuentro la corriente.” Esa fue la primera orden del tipo “lo haremos y ya” que recibí de Abe Powell. Era a mediados de febrero, 2018, y yo andaba buscando corriente trifásica y un lugar de estacionamiento para un congelador industrial de 20 pies.

Hasta este punto, había estado llamando a los negocios de Montecito que, según Google Maps, tenían estacionamientos grandes, y preguntándoles si tenían corriente trifásica. No fue una estrategia muy eficaz, pero si me proporcionó la oportunidad de hablar con muchos miembros de la comunidad sobre mi proyecto de conservación, que se enfocaba en la descontaminación de moho y el salvamento de cosas que se excavaban del lodo. Lo que aprendí fue que los residentes de Montecito eran dedicados a ayudar a sus vecinos dentro de la comunidad y que eran cautelosos de nuevos proyectos, con la excepción del Bucket Brigade.

Me acostumbré a contar la historia de porque andaba buscando un estacionamiento para un congelador gigante: Al principio de febrero, me remitieron a algunos voluntarios locales quienes conocían a un par de personas con seis artículos que querían conservar después del flujo de escombros. Los voluntarios buscaban una estimación para su reparación, con la posibilidad de que pueda haber más artículos en el futuro. Un conservador no puede dar una estimación sin ver el artículo, así que propuse un día gratis de evaluación, lo cual tomó lugar el la biblioteca de Montecito. Miembros de la comunidad podían traer cualquier cosa que querían traer, y yo los ayudaría si pudiera y repartiría otros recursos y información de contacto de otros conservadores con diferentes especializaciones.

Aquel día, después de una hora, le pregunté a uno de los voluntarios: “¿No se da cuenta nadie aquí de que hay un problema enorme con el moho?” La mayoría de las personas allí se sentían sorprendidos cuando les dije que había moho en sus artículos. Me sorprendió también, pero no debería haber estado sorprendida. Si hubiera pensado bien sobre el desastre, es la única conclusión natural. Fue el resultado de una tormenta, lo cual significa agua — el creador de moho. Lodo y escombros cubrieron el pueblo, lo cual prevenía a los objetos secar y creía un microambiente. Eso, junto con la fuente de alimentación proporcionada por los objetos en si, creía el terreno fértil perfecto para el moho y los insectos.

Mirando alrededor y tratado de aconsejar a las personas, me di cuenta de que, en este caso, estaban totalmente solos sin ayuda o guía. No fue por una falta de compasión o de financiación, sino por una falta de un lugar profesional dedicado a este tipo de trabajo. Pensé mucho durante la siguiente semana, llamé a otros conservadores, hice unas investigaciones, y decidí intentar algo que no se había hecho nunca antes: apoyo de conservación a escala comunitaria.

Primero hablé con Christian De Brer con el Museo Fowler, quien recomendó Martin Containers para un congelador móvil. Ellos habían hecho un programa de remediación parecido, y tuvo muchos consejos muy útiles para mi. Martin Containers quería ayudar todo lo posible y reservaron dos congeladores para mi con un descuento enorme. El proyecto también recibió financiación de Congregación B’nai B’rith para su lanzamiento y para comprar los primeros suministros. Uno de los congeladores iba al departamento del Sheriff, y el otro iba a estar ubicado en algún lugar de Montecito. Llamé a Sherman Hansen de Santa Barbara County Parks y le pedí su opinión sobre los próximos cinco lugares en mi lista. Él me puso en contacto con Abe.

Abe inmediatamente se dio cuenta de la necesidad de un servicio de conservación y, después de leer las especificaciones eléctricas para los congeladores industriales, me dijo que no existía nada en Montecito que podía soportar semejante carga de energía. Sin embargo, dijo que el Santa Barbara Bucket Brigade rentaría generadores capaces de soportar la carga y que además los pagaría. Esta proposición increíblemente generosa significó que iba a poder aceptar la oferta de Westmont College de estacionar el congelador en su campus.

Para el ingreso de artículos, Geoff Green me puso en contacto con Ben Romo, quién me ofreció espacio gratis en el Montecito Center for Preparedness, Recovery and Rebuilding que el Condado de Santa Barbara se establecía para los residentes. Después de varias semanas de llamadas en frío, todo ya se encajaba, y lo único que me quedaba fue encender los generadores.

Mientras esperábamos la entrega de los generadores, Abe y yo tuvimos la primera oportunidad de hablar un poco más sobre mi proyecto, y me estaba preguntando todas las mismas cosas que me habían preguntado los residentes tratando de establecer mis motivaciones y calificaciones.

Mi familia es de Buellton, así que Santa Barbara y Montecito eran cercanos y queridos en mi corazón, lo cual satisfizo mis credenciales locales. Me gradué con una Maestría en Conservación, Obras de Arte en Papel, de Camberwell College of London en 2016; allí estaban mis credenciales profesionales. Había acabado de terminar una beca en labiblioteca de UCLA al final de enero, 2018; explicación razonable de porque tenía ahora meses desocupados.

La próxima pregunta que me hizo Abe fue una que no había enfrentado hasta entonces: “Te preocupa encabezar un proyecto de varios meses para ayudar a personas que no conoces?”

“Ah, no. Hice labor de asistencia humanitaria en Kosovo después de la guerra, así que esto no será nada nuevo para mí,” le respondí. Lo cual fue sorprendente para mí y para él. Abe fue sorprendido porque este no fue la respuesta que esperaba, y yo me sorprendí que había compartido mi historia en Kosovo con una persona desconocida.

No hablo mucho de mi experiencia en Kosovo. La gente suele ser increíblemente fascinada, y nunca encuentro una manera apropiada de decirles que esa experiencia me dejó con Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPT-C). Básicamente, pasé nueve meses allí con mi familia, y las zonas de guerra son sumamente horríficas, y de ahí, el trauma.

Tuve que enmendar mi primera respuesta despreocupada, clarificando que, de hecho, me preocupaba mi TEPT-C, porque hacía que me resultara difícil ayudarles a la gente como voluntaria como había hecho en Kosovo. Pero he pasado años mejorándome, y dado que iba a ayudar a objetos y no a personas, estaba segura que iba a poder hacerlo.

Empecé a aceptar objetos de manera oficial el 8 de marzo, y la necesidad ya era obvio. Rápidamente, mi espacio se llenó de objetos, y me sentía agradecida por los voluntarios y mi previa experiencia con bases de datos, porque estas dos cosas eran imprescindibles al éxito de proyecto.

Durante las próximas semanas, la relación entre 805 Conservación y el Santa Barbara Bucket Brigade se hizo más formalizada porque el Bucket Brigade se convirtió en nuestra organización coordinadora y proporcionó el resto de la financiación requerida para el proyecto. Ahora podía enfocarme exclusivamente en los objetos. Mi especialidad es objetos de papel. Como seguramente se puede imaginar, todo tipo de objeto me vino durante este proyecto. Soy afortunada que la conservación como profesión es obsesionada con el compartir de información. Rápidamente encontré a un grupo de conservadores con diferentes especializaciones quienes estaban dispuestas a compartir su conocimiento y experiencia. Me guiaron por textiles, piezas de metal, piezas cerámicas, pinturas y animales de peluche.

Desde el principio, quería que el proyecto fuera gratis para el público y que no existiera ninguna restricción en cuanto al tipo de objeto que me pudieran traer. Tan pronto como te involucrabas con el desastre, las historias del costo, en términos monetarios, abundaban. La gente se sentía que aun el acto de respirar venía con una cuenta. Quería que el costo no fuera factor para las personas recibiendo la ayuda que necesitaban con algo que pudiera tener implicaciones de salud y seguridad para ellos. Como el Bucket Brigade compartió esta opinión, fue una confirmación más de la sinergia de nuestros equipos de trabajo.

El no restringir lo que la gente me traía sorprendió a todos. Todos me preguntaron: “¿Estás segura? ¿No crees que las familias se aprovecharán?” Y yo les respondí que tenía mucha fe en las familias. Y me dieron la razón. Cada familia que me trajo objetos seleccionó con cuidado lo que me trajo. El saber que el servicio era gratis los hizo más decisivos sobre lo que querían conservar. No querían abrumarme, y querían asegurar que tuviera tiempo para tantas familias como fuera posible. Mientras el proyecto continuaba y el trabajo se me amontonaba, las familias me trajeron comida y bebidas durante las tardes calientes. Me trajeron suministros si se dieron cuenta de que se me hicieran falta, y de vez en cuando hacían tareas pequeñas como sacar la basura. Y recibí muchísimos abrazos cuando el proyecto empezó a cansarme.

¿Te recuerdas cuando dije que mi TEPT-C no iba a ser un problema porque estaba ayudando a objetos y no a las personas? Pues, lo que no sabía al momento fue que arreglando los objetos de hecho es una forma de ayudar a las personas. No había imaginado el impacto que tendrá ni el vínculo que se forjará entre todos nosotros.

¿Como nos conectamos con otras personas? Frecuentemente comienza con el compartir de detalles personales. Entones encuentran algo que tienen en común, y luego comparten más hasta establecer una conexión. Revisando las posesiones personales de una familia es un caída libre dentro de sus memorias. Cuando me reunía con las familias, me contaban las historias que acompañaban los objetos. Pasado el tiempo, preocupación generalizado por una persona desconocida se convertía en cariño profundo por amigos queridos.

Empecé a sentir estresada, y estaba siempre cansada. Pero mantenía buenos límites y no me daban ataques de pánico, así que no se provocaba mi TEPT-C. Hablé con los consejeros de crisis con California Hope 805, quienes trabajaban conmigo en el mismo edificio, y me sugirieron que podría tener fatiga de la compasión. El Dr. Charles Figley define la fatiga de la compasión como un “estado experimentado por personas ayudando a personas o animales en apuros; es un estado de tensión y preocupación sobre el sufrimiento de las personas necesitadas tan extremo que puede crear un estrés traumático secundario para el ayudante.”

Fue un momento de epifanía para me. Fue exactamente lo que sentía, y era lógico. El corazón tiene un sinfín de reservas para preocuparse de los demás, pero el cuerpo y la mente necesitan paciencia y comprensión mientras le alcanzan al corazón. Y no me había dado el tiempo ni el espacio para alcanzar. Un componente esencial de superar la fatiga de la compasión es autocuidado y autocompasión.

Bueno, consideré con cuidado si iba a incluir esta parte sobre mis emociones. Me parecía inútil escribir sobe mis emociones, pero hasta el momento, cada vez que hablo de la fatiga de la compasión, varias personas me han dicho: “Eso es lo que yo he sentido también.” Es una experiencia común entre las personas que se dedican a ayudar a los demás. Y como la mayoría de nosotros somos cuidadores naturales, nunca hacemos pausa para evaluar nuestras propias necesidades. Entonces, si estás viendo esto como inspiración dentro de tu propia comunidad, infórmate sobre la fatiga de la compasión y usa técnicas para prevenirla y para ayudarles a otros a hacer lo mismo.

Cariño genera cariño, y a través de este proyecto tuve la suerte de juntarme a una cadena que atravesaba por toda la comunidad y trabajaba para asegurar que los sobrevivientes y los socorristas recibieron todo lo que necesitaban. Recibí apoyo y ayuda de otros grupos sin fines de lucro, de los voluntarios, y de las familias. Juntos, me dieron todo lo que necesitaba para terminar el proyecto y devolverles a las familias todos los objetos. Este proyecto ha sido uno de los mejores de toda mi vida. Sé que guardaré los vínculos formados, el amor sentido, y las historias contadas conmigo por el resto de mi vida.

Como yo había formado parte de la recuperación comunitaria después del Incendio Tea, mi correo electrónico fue incluido en la primera petición de auxilio que mandó Abe después del flujo de escombros. Me fijé en los detalles, puse una pala, una máscara y un par de guantes en mi carro, y me fui a ayudar ese primer fin de semana. Todo estaba en caos por todo Montecito, pero la mesa de registración de voluntarios fue un oasis de calma, aunque era obvio que todo se organizaba sobre la marcha. Recibí mi brazalete de cinta roja que identificó mi grupo de voluntarios y nos dirigieron a las propiedades asignadas.

Habían grupos pequeños de voluntarios trabajando en casi todos los jardines. Algunas propiedades estaban más destrozadas que otras. Muchas de las áreas me parecían abrumadoras, así que busqué algo lograble. Dos voluntarios empezaron a limpiar un camino. La casa no había sido inundada, pero había mucho lodo entre la calle y la puerta principal de la casa. Me parecía una tarea alcanzable limpiar el camino para que los dueños pudieran entrar y salir sin ensuciarse, así qué empecé a trabajar. Fue difícil encontrar por donde quedaba el camino enterrado. Les animé a los otros voluntarios que tratáramos de llegar a un punto determinado – un pequeño poste de luz sobresalido del lodo a cuarto pies de distancia – dentro de 15 minutos. Aceleramos nuestro ritmo, y superamos nuestro meta. Y así lo hicimos durante el resto del día: escoger una tarea alcanzable, fijar un objetivo de tiempo, y manos a la obra. Luego tomábamos un breve descanso antes de empezar a trabajar otra vez. Cada vez, parecíamos ganar ímpetu, y el sentido de cumplimiento nos daba engería a pesar del esfuerzo físico.

Cada pequeña zona de voluntarios parecía autogobernarse, los grupos haciendo introducciones informales y trabajando juntos. Algunos pasaban de proyecto a proyecto. La mayoría de los grupos trabajaron juntos con maquinaria pesada. Para la hora del almuerzo, yo había trabajado en cuatro casas distintas, y cada una mostraba señales de mejora. Las caras de las personas mostraban un optimismo sombrío. El estado de ánimo no era alegre. El humor solía ser un humor negro.

Mientras limpiaba un porche y un camino mientras una máquina limpiaba el camino de entrada, la dueña de la casa se asomaba a la puerta principal y gritaba su aprobación. El ambiente de todo el área se mejoraba de inmediato.

Después de limpiar varios caminos, caminé por la calle hacia un carro estacionado al lado de un camino do entrada que acaba de ser limpiado por una cargadora compacta. Pregunté si el carro arrancaba. Alguien entró a la casa — donde la dueña intentaba recuperar posesiones enterradas en el lodo — y salió después con las llaves. Si arrancó, pero las ruedas solamente giraban — el carro había sido llevado por el oleaje de lodo. Éramos cuatro, y empezamos a limpiar el lodo en frente de las ruedas, lo cual hizo que el carro se estableciera un poco. Cuando habíamos limpiado la parte delantera del chasis, intentamos manejar el carro otra vez. La dueña salió de la casa y negó con la cabeza: “No tiene sentido hacerlo. No tengo mi licencia. Está perdida en el lodo.”

Durante los próximos diez minutos, la dueña dijo una cosa contraproducente tras otra. Me di cuenta de que eran las personas afectadas quienes necesitaban la mayoría de la atención. Lástima que no tuviéramos tantos consejeros como palas. Mientras se sentían agradecidas estar vivos, o que sus casas no habían sido derrumbadas, o contentos de expresar su gratitud, todos estaban en shock, agobiados por las circunstancias. Incluso las personas quienes no habían sufrido daños personales se sentían angustiadas por la pérdida de vida y daño a la comunidad. Las repercusiones eran psicológica y emocionalmente profundas.

La verdadera fuerza de los voluntarios era su simpatía inagotable y su optimismo.

Moviendo cubos de lodo era una acción que ocupaba a sus manos mientras su presencia y sus corazones mantenían el espacio para un futuro mejor para las personas cuyas vidas habían sido volcadas. En un momento, le sugerí a la mujer que se respirara profundamente y que se enfocara solamente en eso. Cuando sacamos su carro del lodo y lo llevamos a la calle, todavía dijo estar preocupada porque no debía manejar sin su licencia. Le dije que si la policía la detuviera, recibiría la simpatía de cualquier oficial después de explicarle las circunstancias. Ella seguía con dudas.

Ese primer día, sacamos varios carros, limpiamos muchos caminos, y aprendimos sistemas para mejorar la eficacia de nuestros esfuerzos. El segundo fin de semana, aprendimos que, a pesar de la zona de exclusión — establecida por los cuerpos oficiales para prevenir los saqueadores — alguien había entrado en el vecindario y robado las carretillas y otras herramientas del Bucket Brigade.

Las formas y el papeleo se mejoraron, y una estructura de liderazgo surgió. Un ritual diario de informes y charlas motivacionales se estableció. Había comida hecha por otros voluntarios. Mi favorito fue una bandeja de sándwiches envueltos, cada uno con una nota personalizada escritas por los jóvenes que los habían preparado. Ya para el segundo mes, las cosas se sentían estables y organizadas, casi reglamentadas. El estacionamiento en Manning Park se llenaría de voluntarios. Camionetas los llevarían a los sitios de trabajo. Pronto hubieron nuevos proyectos, como la limpieza del lodo que rodeaba los robles. Algunos días, habían tantas personas con cámaras para documentar lo que hacíamos como voluntarios, o por lo menos así me parecía. Fue uno de esos días cuando Jack Johnson apareció para ayudar también.

Hay que tener la esperanza de que tales ocasiones serán raras, y que los líderes originales del Bucket Brigade publicarán un guía práctica, porque todos sabemos que estas cosas suceden en cualquier lugar y con suficiente consistencia — pero respuestas como la del Bucket Brigade son raras, a pesar de la buena voluntad de la mayoría de la gente.

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